Extracto del tomo nº 324 de la Guerra del Páramo Umbrío.
Archivo de los enfrentamientos y hostilidades del robusto pueblo.
Fue destinado a la edad de 40 años bajo el mando de Harak Piefurtivo, a un batallón de montaraces (Carecía de los medios o el honor para ingresar en algún batallón de mayor rango).
Como ya se explica en profundidad en el tomo nº37 de la Guerra del Páramo Umbrío. Los constantes y fugaces ataques orcos y la inefectividad de las patrullas enviadas en su búsqueda hico necesaria la toma de medidas extraordinarias. De los 7 batallones de montaraces disponibles, 4 se dispusieron a adentrarse en las profundidades del páramo para evitar los inesperados ataques orcos y utilizar su mismo método de combate para devastar sus filas. Si los ataques desregularizados y furtivos hacían mella en nuestras filas, en las suyas sería aterrador.
Los batallones enviados dispondrían del equipo adecuado para la supervivencia en el páramo, así como se les eximiría de toda orden o directriz futura, salvo el juramento enano de mantener a raya y destruir todo movimiento orco posible. Las palabras del general Kurgan fueron: “Mantendréis a toda costa a salvo el grueso del ejército, destruiréis todo intento de ofensiva orca. Para ello deberéis cazar, dormir y vivir permanentemente en guardia, nunca abandonando el puesto, sin ceder un solo metro. Usareis métodos poco nobles de combate como emboscadas y armas a distancia en el caso en que fuera necesario. Os ata un juramento no solo como soldados, si no un deber para con el robusto pueblo. Que La Roca os guarde.”
(lo ahora presente está extraído del testimonio del superviviente Belegar, lo dicho y escrito no ha podido ser demostrado).
Al principio todo era húmedo y turbio, tardamos días en acostumbrarnos al cambiante clima del páramo umbrío. La caza era escasa, los animales parecían tener un sentido fuera de lo común, al mas mínimo ruido huían presa del pánico frustrando cualquier intento de caza. Solo desataviados de las camisas de malla o placas éramos capaces de acercarnos a las presas sin ser detectados.
Pasamos 2 semanas sin avistar un solo movimiento orco, en todo ese tiempo nos percatamos del acelerado proceso de herrumbre del metal en esa maldita zona, apenas cada 4 días debíamos limar y reparar las armas y armaduras.
Detectamos la primera patrulla orca rondando a lo largo de un camino, apenas una hora después de la salida del Sol. Agazapados tras unas rocas, la niebla matinal nos ocultaba lo suficiente para que hubieran pasado a unos pocos pies sin haberse dado cuenta de nuestra presencia. Saltamos como ellos como una avalancha de caos y muerte, los que no acabaron muertos en la primera acometida salieron corriendo en dirección contraria, seguramente para avisar a patrullas cercanas. Antes de que recorrieran 20 pies fueron abatidos con varios virotes en la espalda.
El siguiente mes y medio fue similar, cazábamos para comer, dormíamos en el camino, emboscábamos patrullas, podría haberme acostumbrado a ello. Aquellas alimañas no se daban cuenta de lo que les venia encima hasta que no tenían un hacha en el cráneo, o su cabeza era aplastada por un martillo de guerra.
(En este momento del testimonio, Beregar se encuentra en un estado de tensión y nerviosismo, no siendo común en su comportamiento).
Aquella mañana comenzó como una de tantas, avanzábamos a escasos 8 metros del camino, entre la maleza. Lo suficiente lejos para que las patrullas no nos avistaran, pero para que nuestros superiores sentidos nos dieran la ventaja de destruirlos.
Entonces los escuchamos. Aún no podíamos verlos, pero una patrulla se aproximaba. La espesa densidad del bosque y las curvas del camino hacia que este se perdiera en el frente a escasos metros. Preparados para emboscarlos tomamos las posiciones establecidas. Formaríamos 4 columnas, dos dispuestas en los márgenes del camino y otras dos más en la espesura, armadas con ballestas.
Me recuerdo sonriendo ante la lamentable imagen que daban aquellos orcos, formando un círculo espalda contra espalda, cuando los rodeamos. Me acuerdo de las triunfantes risas de mis compañeros mientras masacrábamos lo que quedaba de su patrulla y recuerdo como de repente todo se volvió del color de la sangre, y luego negro.
Desperté mucho más tarde aquel día, con la cabeza llena de sangre reseca. Aquello fue la imagen más desconcertante que pude concebir. Junto a los miembros amputados y pedazos de los orcos de la patrulla, se hallaban, decapitados y desmembrados también, los cuerpos de todos mis compañeros del batallón, incluido el capitán Harak Piefurtivo.
No recuerdo sentir miedo de que volvieran a por mí, ni tristeza por mis hermanos allí muertos. Tampoco me preocupaba cómo iba a sobrevivir y aguantar, ni el cómo avisaría al resto de batallones de montaraces de esto. Solo sentía la ira ardiendo en mi pecho…Tenia algo que hacer, tenía que proteger a mi pueblo, tenia que vengar a mis hermanos, tenía que sobrevivir, tenía que destrozar.
Los siguientes 7 años son confusos. Más que recuerdos nítidos, solo conservo sonidos e imágenes dispersas. Intentar recordar sería como intentar unir las piezas de un rompecabezas de venganza y vísceras.
(El montaraz Belegar fue encontrado por una de las escuadras regulares en una ruta de reconocimiento una vez finalizada la Guerra del Páramo Profundo. Se le encontró sentado a la orilla de un río, desataviado del uniforme de montaraz. A su vez llevaba unas vestimentas de cuero y piel, de propia manufactura, con hojas y musgo dispuestos de forma que ayudara a sus emboscadas. Lo único que conservaba del antiguo equipo era el hacha y el escudo, los cuales estaban en un estado pésimo).