Capítulo I: El comienzo del viaje.
Ya había cruzado las puertas de la ciudad, en medio del camino me gire un segundo para ver de nuevo las caras de mi familia. Mi padre, me miraba aún enfadado con los brazos cruzados mientras mi madre lloraba al verme marchar. Mi hermano, pese a haber sido siempre muy alegre conmigo me acompaño hasta el barco sin soltar una sola palabra, no sé si tenía miedo de que me marchase y no volviera o si al igual que mi padre estaba enfadado conmigo.
Mi armadura, hecha para mí a medida, pesaba tanto como mi vergüenza y de mi cinturón colgaba esa espada que un día empuño mi abuelo y que antes de morir había guardado para mí.
Y al fin llegamos a aquel barco, parecía que sus velas también lloraban gritando para mí bajo las oscuras nubes que cubrían el sol. Aquel sol que tantos momentos buenos me vio vivir hoy se resignaba a verme de nuevo. Mi hermano y yo nos miramos un segundo antes de que montara en aquel barco y ambos nos abrazamos cuando las lágrimas empezaron a desbordarse en mis ojos y tras unos minutos sollozando como críos nos separamos. El barco estaba a punto de zarpar y no podía esperar más por mí, asique monté tan rápido como pude y me quede viendo a mi hermano hasta que mis ojos no fueron capaces de seguir distinguiendo su figura en aquel sombrío puerto.
Entonces me senté en el suelo dejando que el mar me llevase a mi destino, pensando en todo lo que había sucedido para que acabase todo en tragedia. ¿Por qué no acepte mi destino como doncella? Sabía muy bien lo que me esperaba si no lo hacía y aún así algo en mi interior me dijo que no era mi camino. Por ello, para sorpresa de toda mi familia, escogí aquel camino que se llevo la vida de muchos seres queridos, así al menos lo veían ellos.
Empuñaría por primera vez la espada, tendría que acabar con mis enemigos sin mostrar un solo signo de temor o piedad, recibiría golpes y espadazos, mazazos y hachazos incluso. Lo sabía, sabía que sufriría, pero mi honor requería de sacrificios y mi valor de hazañas.
Y por fin apareció él, aquel que brilla en el cielo se digno a mirarme de nuevo y yo me levante a recibirle. Mi armadura parecía brillar con luz propia bajo los rayos de este, entonces ví mi destino. Sabía que mi abuelo estaba mirándome con una sonrisa desde el otro lado, orgulloso de mí. No necesitaba nada más, dejaría de ser una niña para ser una guerrera, una guerrera de armadura blanca, una guerrera blanca. Tomé mi espada con ambas manos y la miré bien, ella y yo debíamos empezar a conocernos, saber la una de la otra. Ella seria la experiencia de mi abuelo guiada por las manos de su descendiente.
Recordé las palabras de mi abuelo cuando dijo que la primera sangre que una espada debía saborear era la de su dueño, tenía que despertarla tras sus años de sueño y para ello apreté mi mano contra el filo dejando que mi sangre fluyese por el acero, surcando despacio los adornos de la espada mientras la sangre bajaba. Entonces la miré de nuevo, tras haber pensado en mi abuelo me sentía con más fuerza, con más valor. Sabía que pasase lo que pasase él estaría ahí conmigo, sonriéndome y cuidándome aunque la muerte viniese a por mí.
Diana Winterfeather, La Guerrera Blanca