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 Kent. De perros y asesinos.

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Teralux

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MensajeTema: Kent. De perros y asesinos.   Kent. De perros y asesinos. I_icon_minitimeJue Mar 22, 2012 10:47 pm

Citación :
En el mundo había una región: Serena. En su costa, había una taberna repleta de gente extraña. En la taberna había una mesa y, junto a ella, había una silla ocupada por un cronista.
El cronista miraba a todos lados con aire desconfiado, observando la gente borracha, las feas y descarnadas camareras, las peleas... Escuchando los horrorosos chistes, los insultos más insólitos que harían ruborizar al mas aguerrido pirata, la música de fondo y, a lo lejos, un tarareo.

Al tarareo lo acompañaba un hombre. Uno alto y grande. No especialmente guapo, pero con un porte de confianza en si mismo y una sonrisa simpática que lo hacían parecer casi un buen hombre.
Un hombre con la piel absolutamente cubierta de cicatrices. Llevaba media coraza, literalmente. La parte izquierda de su atuendo estaba forrado con hierro y placas de acero, como la armadura de cualquier caballero, pero la derecha estaba libre de cualquier metal. Su brazo derecho sólo estaba adornado por un grueso grillete a la altura del bíceps, y la piel descubierta de su brazo estaba forrada por tersas, pálidas y profundas cicatrices, recuerdos de heridas anteriores. Su cuello también estaba estaba forrado por ellas, en todas direcciones, y todas ellas gruesas y sin coser, como si las hubieran dejado sanar solas, dándole a su ancho cuello un aspecto grotesco.

El hombre se dejó caer en la silla y sonrió al cronista.
-Te he hecho llamar. Vas a escuchar y escribir mi historia. No es una historia especialmente triste, no es una historia bonita, no tiene final feliz... De hecho aún no tiene final. Es simplemente mi historia.

El cronista lo miró impasible, asintió en silencio y sacó de su mochila pergamino y tinta y se preparó para escribir.
El hombre lo miró y sonrió, y empezó a hablar.

-La razón por la que te uso a ti para que escribas mi historia es que no sé escribir. La verdad es que tampoco sé leer, por lo que confiaré en que estés haciendo bien tu trabajado. Empezaré con mi nombre: me llamo Kent. No obstante, puedes llamarme como quieras. A lo largo de mi vida me han llamado perro, alimaña, basura, cariño, traidor, renegado, amigo, puta... Todos esos han sido mis nombres, y los he abrazado y me he acostado con todos esos nombres.
Araño la tercera década de mi vida, y llevo casi dos de ellas vendiéndome, y no siempre como espada.
 > Como puedes imaginar, mi vida está llena de historias por contar, y las vas a escribir todas. Todo lo que has escuchado, sabes y crees saber sobre los mercenarios es cierto, al menos en mi caso. Soy un cobarde, no tengo honor y si las mujeres con las que me he acostado supieran la mitad de lo que te voy a contar a ti, se cortarían los pechos a mitad de la historia.
Voy a empezar contándote lo que supongo que es lo peor que he hecho en toda mi vida, y el que fue mi primer crimen: voy a contarte cómo maté a mi padre a la tierna edad de 15 años.

> Mi padre era un buen hombre. Era un estudioso, un mago, y también él era mercenario, aunque tenía mucho más honor del que tengo yo. Desde que nací él estuvo intentando que siguiera sus pasos, y muy pronto se dio cuenta de que mi capacidad para la magia era nula. Lo que es más, la odiaba. Desde pequeño quise a mi padre porque él me quiso a mi, pero nunca me gustó el modo en que hacía las cosas. Magia. El camino fácil. Un simple conjuro y puedes saltar varios metros. Otro, y puedes ser tan fuerte como un dragón. Otro y, maldita sea, te conviertes en dragón.

> Esas cosas sólo deberán ser posibles en los cuentos y leyendas, en canciones y relatos, pero el hecho de que alguien fuese capaz de ello me atemorizaba, así que desde pequeño me decanté por la esgrima y la fuerza física. Crecí con el amor de mi padre, pero siempre pude ver en sus ojos que estaba decepcionado. Siempre pude sentir cómo me miraba mientras me entrenaba yo solo, con rabia. Hasta que un día discutimos.
Él intentó convencerme por todos los modos para que aprendiera de él, y yo lo llamaba cobarde y tramposo. Tramposo, lo llamaba...

> La discusión se acaloró. De alguna manera acabé empuñando su abrecartas, y lo amenacé de muerte si no se iba inmediatamente de casa, mientras mi madre chillaba y lloraba fuera de la habitación.
Él se negó y yo me lancé a por él. Pude ver y sentir claramente que podría haberse deshecho de mi con solo un gesto, pero no lo hizo. Se quedó mirando mientras lo apuñalaba una y mil veces. No hizo nada porque me quería. Yo nunca podré querer así.
Salí de la habitación mientras mi madre chillaba y lanzaba débiles golpes contra mi pecho, y yo susurré una disculpa y me fui de casa con lo puesto, mi camisa, pantalones y mi abrecartas.

El hombre, Kent, se quedó un rato mirando a la pared con una sonrisa aterradora, desquiciada, lejos de toda cordura, y después miró al cronista y su sonrisa cambió a una más amable.

-Así de fácil. Maté a mi padre porque... porque tenía miedo. Me di a las calles y malviví mucho tiempo, hice amigos, hice y maté muchos más enemigos que amigos, pagué por cada susurro de amor y por cada caricia que he recibido, peleé y hasta a veces vencí contra todo tipo de monstruos, perdí la cordura y la recuperé incontables veces, y ahora estoy aquí. Piensa en lo que te he contado. Si crees que vale la pena escribir el resto de mi historia, nos volveremos a ver.

Dejó sobre la mesa una bolsita con oro, su sonrisa, y se largó.

El cronista permaneció en su sitio un buen rato, pensando y refrescando su gaznate, y finalmente contó el oro. Soltó un resoplido y una maldición. Había menos dinero del prometido.

Un saludo.
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